Un pájaro canta nervioso en una rama. Como queriendo encontrar desde qué sitio su voz se puede escuchar mejor, salta a otra y reanuda durante unos segundos su tonada. Su silbido monótono pero cantarín, se oye sobre el más cansino y constante ronroneo de los grillos y abejas que pueblan los márgenes del camino. Una leve brisa, mece las hierbas de esos márgenes. Donde algunos montones de piedras se agrupan, las zarzas ofrecen ya sus frutos rojos. Quedan algunas semanas para que se vuelvan morados y dulces. El pájaro detiene su melodía para picotear algunas moras. Aquí y allá otros pajarillos hacen lo mismo.
Las flores amarillas del diente de león, las moradas del cantueso, las rosadas de la digital y algunas mas, han sustituido a las de las jaras, el romero y el tomillo que han ido despareciendo para dejar los tallos y hojas verdes, llenos a rebosar de los aromas que inundan esta tarde de mediados de verano. El calor del sol ha ido recalentando esas hierbas y es ahora, a la caída de la tarde cuando los perfumes se mezclan en una sinfonía que remata la belleza del paisaje.
Alguna lagartija cruza rápidamente desde una orilla a la otra del camino. Todo bulle de vida en este rincón del camino.
Los árboles que bordean el camino arrojan franjas de sombra sobre el mismo y a pesar de ser pocos, dejan en sombra grandes trozos. Se trata de arboles de copas anchas y frondosas. A ambos lados, se extiende un bosque típico de esta parte del mundo formada en gran parte por esos árboles.
Robles, encinas y alcornoques esparcidos sobre el monte, forman el dosel principal del bosque. Los pinos, más altos, intentan robarles la luz del sol y alzan sus copas por encima de sus compañeros más bajos. Por debajo de todos, retamas, laureles, espinos, romeros o jaras aprovechan para poblar los claros que dejan los árboles.
Entre los arbustos, y sobre todo debajo de los arboles, se notan claros que han sido producidos por la recogida de leña o el pastoreo de ganado. Eso en algunas decenas de metros a partir de las orillas del camino. A partir de ahí, el bosque se cierra a ambos lados y los arboles entrelazan sus ramas formando un techo denso y dejando por debajo de este dosel un mundo de luz y sombras inquietante. Los arbustos cierran también con una mayor densidad estas zonas y es difícil avanzar hacia dentro del bosque a partir de esa frontera.
Por una de las partes del camino, este su curva formando un recodo. A poca distancia, se va inclinando hacia abajo formando varias curvas para que dicha bajada no sea muy radical. Esta parte del camino es más oscura porque en las curvas se entrelazan casi todos los arboles que son también más numerosos aparte de más densos.
Por el otro lado, el camino se pierde en línea recta hasta que ya no se distingue entre el bosque.
Un murmullo se escucha de repente por la parte oscura del camino. El ruido de los insectos sigue su constante zumbido. Pero los pájaros han callado para escuchar que es lo que se acerca al recodo.
El sonido se acerca despacio.
Se trata de voces. Es una conversación. Entre dos personas. Palabras y risas.
Cuando llegan al recodo, se paran sin dejar de charlar.
Se ponen frente a frente y se cogen de las manos.
Un hombre y una mujer se miran a los ojos.
Son muy jóvenes.
Todo el bosque parece pararse. Incluso la brisa no quiere molestar a la pareja durante unos instantes, pero juguetona, mece al fin algunos mechones negros de la chica.
Son jóvenes y están enamorados.
Nisunin e Indortes pasean su amor en esta tarde de verano…
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