- Si nos paramos constantemente no vamos a coger el agua y tu madre se enfadará con razón.
Nisunin se acerca más a él y le besa con dulzura en los labios.
- Mi madre me adora y ahora que sabe que seré la esposa del jefe de nuestra tribu no se atreverá a decirme nada. Temo más a las viejas de la aldea y sus comentarios sobre nuestros paseos a solas por el campo…
- Sobre todo – replica Indortes- si se enteran que para coger un cántaro de agua nos hemos alejado mucho de la fuente…
Reanudan su marcha cogidos de la mano y a pocos metros se desvían del camino y medio resbalando por una pequeña ladera, bajan hacia el rio que fluye paralelo en algunos de sus tramos al camino que han abandonado.
Los arboles aquí son distintos. Abedules, olmos, álamos, avellanos, hunden sus raíces en la tierra húmeda alrededor de las orillas. El rio forma una línea en la que la luz del sol entra a raudales por encima del cauce. Y a ambas orillas, más oscuras, la hierba fresca forma una alfombra verde y decorada aquí y allá por helechos y hierbas.
Nisunin acerca el cántaro a la orilla y arrodillándose lo hunde en el agua. Las burbujas de aire que dejan su lugar al agua, salen de la boca del cántaro en tropel.
- ¡Qué fría está el agua! –dice Nisunin.
- Entonces de bañarnos no hablamos – responde Indortes que ya está metido hasta las rodillas en el rio y con los brazos en jarras mira sonriente a Nisunin.
- Yo no me baño aquí. El agua está helada.
- Tendré que cogerte y meterte en el rio a la fuerza.
- Tendrías que cogerme primero, pastorcillo. –le dice Nisunin mientras deja el cantaro tapado ya con un corcho en un lecho de hierba.
Nisunin echa a correr y entonces Indortes, cogido por sorpresa chapotea mientras corre para salir del agua. Resbala y cae de bruces en el rio empapándose completamente. Se levanta y chorreando agua llega al fin a la orilla. Se aprieta los extremos de la ropa para escurrir algo el agua y comienza a temblar.
- Tienes razón esta helada. Me enfriaré seguro…- dice Indortes mientras mira para encontrar a Nisunin.
Pero Nisunin no está. Indortes mira a un lado y otro de la orilla del rio y no ve a su amada. Una sonrisa acude a su boca y piensa que Nisunin tiene ganas de jugar al escondite.
Decide hacerse el interesante y sigue escurriendo sus ropas caladas de agua. Pero al no tener ninguna respuesta ni observar ningún movimiento, se pone a andar siguiendo el rastro que los pies de Nisunin han dejado en el barro de la orilla y entre la hierba después.
De repente, algo le golpea por detrás y trabado también por un pie en su pantorrilla, cae al suelo. Se vuelve rápidamente para descubrir a Nisunin de pie frente a el. Adopta la misma postura que el hace un rato cuando estaba en el rio. Con los brazos en jarras, Nisunin le espeta a Indortes:
- ¿Quién se iba a bañar?
- Si no me hubiera escurrido estarías muy mojada ahora mismo jovencita.
- Parece que el mojado eres tu y deberías quitarte esas ropas cuanto antes o te pondrás enfermo. – le dice Nisunin mientras se agacha hacia Indortes.
- No estaría bien que alguien descubriera que me desnudo delante de la que será mi mujer antes de que lo sea. – le responde Indortes mientras se ha levantado sobre sus codos frente a Nisunin
Esta arrodillada frente a él le ayuda a quitarse la camisa de lino. El torso desnudo del hombre enciende las mejillas de ella. Ha visto desde siempre muchos hombres así y no sabe porqué ahora es diferente.
Indortes confuso con la reacción de ella y con la cara ardiéndole no puede apartar la vista del cuerpo femenino que tiene ante él y las formas que se adivinan bajo la ropa. La vergüenza que siente le obliga a apartar la cara pero solo un segundo porque vuelve de nuevo a mirar a la mujer que tiene enfrente y luego mira con la boca aun abierta, la cara de Nisunin.
En el rostro de ella la confusión, el vértigo y la pasión se mezclan sin parar. Indortes está sintiendo lo mismo aunque ninguno de los dos saben de los pensamientos del otro
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