Mientras parece sestear gozando del calor del sol que inunda su cuerpo, siente que por su derecha suenan unos pasos que se acercan. Abre los ojos para mirar en esa dirección y descubre a la chica que se alejaba hace poco, acercándose de nuevo hacia él.
Mirándola ahora de frente descubre que bajo su melena lacia y negra se dibuja una cara muy atractiva. Viste además de una manera muy sencilla. Pantalones vaqueros que coronan unos zapatos negros con poco tacón. No necesita ayudas para ser alta.
Un jersey blanco asoma entre la chaqueta a cuadros. El jersey de cuello vuelto y voluminoso parece angora. La chaqueta, de cuadros y líneas entre el blanco y el negro pasando por varias gamas de grises se adorna con grandes botones negros. El cuerpo esbelto de la chica la hace parecer, con la luz tenue del atardecer, como un ser de otro tiempo.
Mientras iba observando todos los detalles del aspecto de la chica, esta se ha ido acercando hacia donde está sentado. Y es ahora cuando puede ver su rostro más de cerca.
Lo que su vista algo cansada le mostro hace rato como un rostro atractivo, se ha convertido con la cercanía en una cara conocida.
Pero algo falla en todo aquella escena.
Siguiendo su manera de ser, hace rato que en circunstancias normales habría vuelto la cara para ensimismarse en sus propios pensamientos. Y sin embargo, ahora, con la boca entreabierta, no sabe qué hacer. Solo puede mirar a la chica. La conoce. La conoce y sin embargo tiene la impresión de no haberla visto hasta ahora.
Siempre tuvo mala memoria. Pero siempre se jactó de no olvidar una cara. Sabe que la ha visto antes de ahora. Y en varias ocasiones. Lo siente así. Pero otra parte de su cerebro le dice que no. Que esa chica no apareció por su vida antes de esta tarde soleada de otoño.
La confusión de sus pensamientos se acrecienta porque la chica le mira a él desde que ha llegado al banco donde permanece sentado. La mirada de ella le produce una sensación de calidez que le embarga poco a poco. Ella le mira con un gesto de complicidad y dibuja en su cara una leve sonrisa. Y es por eso por lo que él piensa:
-Ella también me conoce. ¡Dios! ¿Dónde la he visto?
Mientras intenta recordar donde ha podido encontrarse antes con esa chica y sigue mirándola embobado, ella se sienta junto a él.
Aunque lo normal sería que después de aquellos gestos de complicidad le dijera algo, la chica una vez sentada, posa sus manos en su regazo y se queda así parada mientras mira hacia el suelo que tiene delante.
Y así, sentada a su lado, con el sol dibujando reflejos en su pelo negro y en los hilos vaporosos de su jersey de angora, la ilusión de estar en otra dimensión crece en el confundido cerebro del anciano.
Recuerda la sensación del amor en su niñez. Del primer amor. No recuerda de qué niña se trataba. Pero cree estar a su lado ahora. La chica no es ninguna niña ya pero él siente más sus amores de niño ahora que los de adolescente.
Cuando el amor era eterno. Cuando solamente con jugar al escondite con otros niños se convertía en una gran aventura si estaba ella. Cuando ni siquiera había aparecido el sexo ni se pensaba en el. Cuando las tardes de verano eran eternas y las noches muy largas esperando a verla al siguiente día.
No. No puede acordarse ahora de aquella niña ni de su nombre. Sabe que existió pero no sabe porqué vuelven aquellas sensaciones a su mente. No es una niña la que se sienta a su lado.
Cuando reacciona y piensa en decir algo, oye una pregunta que le deja sin respiración. La voz que la pronuncia es tan dulce como el semblante de la joven pero la pregunta por inesperada y sin sentido le deja mucho más perplejo que antes.
-¿Me lo has traído hoy?
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