Por ahora, esto es el diario de un parado.

Aunque iré añadiendo nuevas cosas, si es que me entero bien de como hacer un blog en condiciones...

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domingo, 23 de enero de 2011

23/01/11 54º dia de paro

Los rayos del sol juguetean entre las hojas. Estas, movidas por una suave brisa, bailan lentamente  lo que provoca que la luz del sol dibuje mil figuras danzantes sobre la hierba. En esta tarde otoñal, el parque parece sestear adormilado. Solo los cantos de los pájaros le dan a este paisaje algo de sonido y permiten que no sea todo una foto simplemente.
Ni la brisa ni los cantos esporádicos de las aves pueden callar el sonido del tráfico, que aunque sordo llega desde las calles cercanas. Aún así, en esta parte del parque, esos sonidos no llegan con la suficiente fuerza como para romper el encanto de la escena.

La corta lluvia matinal ha dejado más verde la hierba y algunos pequeños charcos en los caminos de tierra que atraviesan este bosque artificial.  Algunos árboles, ya llevan días perdiendo sus hojas amarillentas. Otros sin embargo, prefieren pintar de ocres y rojos sus copas antes de perder su follaje. Cuando el frío avance, todos quedarán desnudos y solo mantendrán su verde ropaje los pinos, abetos y cipreses. Pero ahora, a mediados del otoño, los colores inundan el entorno con más variedad incluso que en la lejana primavera.
Fastidiado porque todos los bancos del parque están húmedos y no se puede sentar a descansar, camina un hombre sorteando los charquitos. La tierra del camino también humedecida hace que sus pasos no suenen casi. Esos pasos cansinos y cortos denotan que se trata de un anciano. Un sombrero le cubre la cabeza. Seguro que lo lleva más bien para guarecer su cabeza del fresco que para cubrirse del sol templado de esta tarde.
La larga gabardina tiene dos grandes bolsillos donde se resguardan las manos. Completa el atuendo unos zapatos negros relucientes y una bufanda color vino rodeando el cuello. Acaba de tirar la colilla de un cigarro y exhala la última bocanada de humo. Mientras sigue caminando se regodea en silencio de la advertencia que escuchó hace un rato al salir de casa:
- ¡Ni se te ocurra fumar!
Una leve sonrisa acude a su boca y un pensamiento de cariño a su mente. Cómo necesita a esa vieja gruñona. Tantos años juntos hacen que cada uno sepa del otro no solo lo que quiere sino que incluso, lo que siente. La rutina que ahoga en la juventud, en la vejez es refugio. Y como todas las tardes, en este tramo del paseo, él acaba de tirar la colilla del pitillo y recuerda las palabras de ella:
- ¡Ni se te ocurra fumar!
Sin embargo esta tarde, el paseo no está siendo tan aburridamente agradable. No solo no hay un banco seco donde sentarse sino que además, se le olvidó el trozo de pan para tirar migas a los gorriones y las carpas del estanque. Y entonces se acuerda. Hay un banco protegido por un parterre un poco más adelante. Además en esta época del año, el sol lo habrá calentado lo suficiente para secarlo e incluso ahora estarán los últimos rayos bañándolo. Feliz por el hallazgo de su memoria y pensando ya en pasar unos minutos sentado al sol, avanza algo más rápido hacia su destino.
Acalorado por el esfuerzo, se desenrolla la bufanda y se sube ligeramente el sombrero. Las arrugas cruzan su cara en todas direcciones. Las que rodean los ojos y la boca, producidas por  la sonrisa y las que produce el asombro que dejan surcos en la frente. Las del enfado que estrechan el entrecejo… Las más marcadas son las que como un espejo de las interiores señalan el paso del tiempo simplemente. Las que dejan las esperanzas perdidas, las risas de un bebé, el primer beso, el dolor de la pérdida, la traición, la amistad, la enfermedad, la vida…

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